La trufa del Moncayo ha ido ganando adeptos a lo largo de los últimos años y cada vez es más buscada tanto en ferias como en restaurantes de alta cocina. Su sabor, su aroma y su textura es de calidad extra, y la gastronomía se sirve de ella cada vez con más frecuencia.
En nuestras fincas trabajamos con encinas y robles, porque son los árboles que hay en el entorno y mejor se aclimatan a este lugar privilegiado, pero somos conscientes de que además de los árboles, no es baladí el terreno en el que se desarrollan, a una altitud que ronda los 1000 metros y con una tierra fértil cargada de los minerales apropiados, que ayudan al hongo en su crecimiento y maduración. La composición de la tierra es una parte fundamental y muy difícil de manipular en otras latitudes.
Además, nos diferenciamos de otras trufas del mercado porque la trufa negra del Moncayo está libre del famoso gusano ( Leiodes cinnamomeus ), pesadilla del truficultor. Dicha plaga se extiende por otros territorios y comarcas, seguimos, por el momento, a salvo de la maldición y tenemos que aprovechar el momento para vender la trufa con mejor calidad de la Comunidad aragonesa.
La altitud también influye porque es un terreno húmedo y es que en las montañas hay más precipitaciones que en otras regiones. El Moncayo es el pico más alto del sistema ibérico y sus bosques dan buena fe del microclima que aquí acontece desde tiempos inmemoriales.
Por todos esos motivos, la trufa del Moncayo es una de las más apreciadas del panorama actual, y debes catarla para poder comparar su sabor característico, su potente aroma y su textura rugosa. Además, en el Diamante negro del Moncayo, tratamos las trufas con una máquina de ultrasonidos, que las deja libres del 99% de los microorganismos.