Los verdaderos amantes de la trufa, adictos a su aroma y que aprecian su peculiar sabor, no se conforman con unas limaduras de trufa negra sobre un filete de cerdo ibérico o con una trufa rallada en una ensalada con queso de cabra y nueces. Estos auténticos truferos quieren que los matices de la trufa se complementen casi a diario con los de otros alimentos. Hoy en el blog de El diamante negro del Moncayo os vamos a hablar de una opción muy sencilla de llevar a la práctica y que conquistará vuestro paladar incluso en el desayuno: unos huevos trufados.
Te recomendamos comprar unos huevos de gallinas camperas, de intenso color amarillo. Si tienes parientes en el pueblo, nada mejor que los huevos de las gallinas rurales.
A continuación, necesitarás un gran bote de cristal con cierre de rosca o cierre hermético. Si dispones de uno con cierre de goma será la mejor opción, ya que este cerramiento más hermético evita que los aromas de la trufa se expandan por el frigorífico.
Seleccionas una trufa entera o un trozo partido y lo envuelves en un papel absorbente, que facilitará la desaparición de la humedad residual, y la dejas en el fondo del bote. El siguiente paso es colocar los huevos, con cuidado, en el mismo bote, y dejarlos convivir durante 48 horas en un rincón de la nevera.
Un par de días después podrás disfrutar de tus huevos con un potente sabor trufado. Recomendamos hacerlos a la plancha, para que conserven mejor el aroma, aunque también puedes freírlos, cocerlos o incluso huevo revuelto, tortilla, poché o pasado por agua. Las opciones son muy numerosas.
Si eliges la opción de tortilla francesa o tortilla de patata, puedes rallar un poco de trufa negra encima. También en el caso de huevo frito o huevo a la plancha. Esas limaduras negras le darán una apariencia de lo más glamourosa.